Uno cree que es ver imágenes que se
proyectan en la pantalla y que como un trasunto de la vida, lo conmueven y le
provocan perplejidad, llanto o risa, y punto. Uno cree que es esa cosa que
meten en una cabina y que se revela en una pantalla de una sala, grande o
pequeña, y que le permite, en la oscuridad, acariciar furtivamente a la novia y
sublevarse, y punto. Uno cree, en fin, que es ese acto mágico, ritual, sincero,
ilusorio, que nos sumerge en mundos diferentes, reales o ficticios que están en
éste, pero que son inimaginados.
«Crimen». Óleo sobre tela. Pintor: Diego Piriz. Fotografía tomada de: www.elpais.com.uy |
No es igual ver en casa una película
en edición pirata u original -que fue producida por un genio con cien millones
de dólares- que verla solo, teniendo a mano palomitas de maíz, pasteles y cocacola,
que verla en una sala pública, en pantalla grande y con cien personas desconocidas
respirando al lado. Y no es lo mismo, porque no se la vive de la misma manera.
Las emociones están influidas por los claroscuros que matizan el aire que llena
la sala, por el siseo del equipo de proyección, por la trama secreta que carga
a cuestas el espectador…, por el ambiente sombrío de la sala en la que caben todas
las historias que allí se cruzan: las que en la penumbra palpitan en carne
propia, y las otras que desata el chorro de luz en la pantalla.
Se cree que cada película cuenta una
misma historia, pero cada espectador recrea íntimamente la que ve en la pantalla.
La historia de cada película será otra distinta en el alma del espectador, pues
en sus adentros tendrá la densa oscuridad de sus abismos y la esplendorosa luz
de la plenitud de su ser; lo destazarán las garras despiadadas de sus demonios y
volará al paraíso en las alas sutiles de sus propios ángeles. La historia de
cada película engendrará tantas otras como ojos que la vieron. Y cambiara de significaciones
tantas veces como sea vista.
Ya había sentenciado el sabio Heráclito
que nadie se baña dos veces en el mismo río. Y con él pudiéramos decir que
nadie ve dos veces la misma película.
Cada película tiene su historia,
tiene su lenguaje, tiene su interpretación lógica, precisa, correspondiente a
la manera como el director y sus guionistas se lo propusieron; pero a pesar de
ello se impone la singularidad del espectador, quien la recrea una y otra vez con
los colores y dramas de su propio y cambiante mundo.
Esa es la razón de ser del cine:
inventar otros mundos que están en este. Y esta es la condición del espectador: reconocerse a sí mismo en aquellas imágenes que se esfuman.
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