Hemos llegado al 19 Encuentro Nacional de Críticos y
Periodistas de Cine gracias al apoyo del Instituto de Cultura, de la
Gobernación de nuestro departamento, de Comfamiliar Risaralda, y en muchas
oportunidades, del Ministerio de Cultura,
del Museo de Arte de Pereira, de este periódico que nos ha abierto sus
páginas para expresarnos de mil maneras y a otras personas y entidades que han creído
en nuestros sueños durante hartísimos años y que obvio, le han permitido a Pereira,
sonar en el campo de la literatura y la crítica cinematográfica de alto nivel,
como lo ha reconocido una enorme población que habita nuestra geografía
colombiana.
El Eje Temático en esta oportunidad es el Cortometraje, tema
que en apariencia es de menor valía, pero que en la realidad, y producto de las
pesquisas que hemos hecho desde que empezamos a acometer la tarea de
investigarlo, lo hemos encontrado impresionantemente significativo e
interesante para el territorio cinematográfico universal.
Por lo anterior, he querido compartir con mis lectores, un
pequeño fragmento de la ponencia que he estado trabajando para presentar en tan
importante evento, a mediados del mes de agosto del presente año.
En los años setentas, cuando muchos de ustedes
no habían nacido, en la sede del Centro Colombo Americano de mi ciudad para más
señas, vimos una película que duraba un minuto y que contaba con dibujos y
fotografías fijas, la historia de la humanidad. Nada en la pantalla se movía y
allí, se recreaba todo, desde la manera como los primitivos pintaron en las
cavernas con rojo sangre, sus logros de caza y los primeros animales que
parecían estar en movimiento, hasta cuando el hombre dejó la huella de sus
tenis inmensamente grandes, en esa arena lunar. Noticia que se había declarado
como lo máximo logrado por el hombre, hasta cuando un aficionado hizo esta
película. La cinta del cuento, cabía entera, en un carrete de 15 centímetros de
diámetro y estaba grabada en formato de 16 milímetros y obvio, casi toda tenía color.
Todas las imágenes aparecían y
desaparecían en instantes, como por arte de magia. Esa es la magia del cine…
En Medellín, tuve la oportunidad de
ver, en unos grandísimos festivales de cine de SUPER 8, otras pequeñas
historias que se tatuaron en mi inconsciente para siempre. En una de ellas, del
Brasil por cierto, aparecen unas manos que cortan de manera un tanto irregular,
unas letras de papel, que puestas con un orden preestablecido, permitían al
espectador leer lo siguiente: E S T A P E L I C U L A E S T A H E C H A T O T A
L M E N T E A M A N O, sólo faltó que las manos también hubieran recortado unas
que dijeran: F I N.
En uno de los tantos festivales de cortometrajes que organiza en Bogotá el famoso Felipe Moreno, el del Espejo, tuve la oportunidad de ver una historia en la que una anciana burguesa alemana, esquiva, elegante, engreída, cismática, pero ente todo racista, pasa a ser humillada por un negro marroquí, quien en un descuido de la sofisticada dama, le arrebata su tiquete de pasajera y se lo come, dejándola enfrentarse a la autoridad del transporte ferroviario, por ocupar una silla de un vagón de primera clase, “colada”.
¡VENCEREMOS!
Esa vez que en un Festival
Internacional de Cine de La Habana, le dije a Don Santiago Álvarez en una
cabina de proyección de cine del Teatro Yanara, que me obsequiara un autógrafo,
escribió su nombre con la mano temblorosa en una tarjeta de invitación a una
película en su anverso blanco y lo complementó con la palabra que les ha dado
el perfecto pretexto para hacer cine, escribir libros, pintar bellísimas obras
de arte y justificar su rebeldía e inteligencia: ¡Venceremos!; la misma que
sola, con una imagen, les sirve para armar un contundente cortometraje. Un
soldado cubano con un rifle en su mano derecha extendida hacia el cielo y
gritando victorioso, parado con sus escandalosas botas militares sobre una
bandera de los Estados Unidos, es suficiente. Sólo habría que fijar al
principio su título: VENCEREMOS y en último fotograma, la palabra FIN.
Con “NOW” (1965), una canción de reivindicación de los negros
de todo el mundo (no solo los perseguidos por el Ku Kux Clan), el mismo
Santiago Álvarez demostró que se podía hacer una Obra Maestra con recortes de
prensa y con trozos de noticieros de televisión. En blanco y negro, el
espectador de todo el mundo, ve allí el dolor y la sangre que es roja. Fotos
fijas que aparecen y desaparecen al compás de la melodía que interpreta la
hermosa Lena Horne, e imágenes que describen la violencia del racismo
estadounidense, son una mezcla explosiva que en el solo tiempo que dura esa
balada cumbre y clásica del jazz, el corazón del espectador se destempla. Una
estupenda lección del Maestro Álvarez sobre montaje cinematográfico y
de cómo con pocos elementos, se puede contar una tremenda historia en corto
tiempo, es decir, en un corto metraje.
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