lunes, julio 18, 2016

Del nuevo cine colombiano.

Por: Germán A. Ossa E., Geross.

Notículas a propósito de los diez años de la Ley del Cine. Es común oír hablar del “nuevo cine colombiano”.  Enunciación que hace pensar en algunas generaciones que renovaron cines nacionales en momentos de crisis estéticas y/o políticas. Para la historia del cine el calificativo “nuevo cine” nos pone a pensar en movimientos de renovación que supusieron un quiebre con una tradición estética desgastada. Ejemplos obvios son la “Nueva Ola del Cine Francés”, el “Neorrealismo italiano”, o los nuevos cines argentino o el iraní de años recientes.

Hablar de nuevo cine supone que hay un cine viejo, y por lo tanto una historia. Por ello, la expresión “Nuevo cine colombiano” parece imprecisa, pues es difícil identificar una historia del cine nacional. Y no es porque no haya habido cine en Colombia (porque lo hubo, aunque poco si lo comparamos con otros países cercanos o vecinos), sino porque en nuestro imaginario cultural no existe un relato articulado sobre el pasado de nuestro séptimo arte.

En los últimos años Colombia ha tenido un incipiente despertar cinematográfico que ha venido acompañado de un interés por revisar la historia, por rescatar a algunos cineastas olvidados, y por generar una memoria de la cinematografía nacional. Existe un entusiasmo por encontrar hitos estéticos en nuestro propio cine, antecedentes que permitan generar un diálogo con nuestra propia historia, así como la búsqueda de obras fundantes, o referentes que admitan a las nuevas generaciones hablar del cine colombiano con nombre y apellido.

Labor en la que es justo reconocer el notable trabajo hecho por críticos como Pedro Adrián Zuluaga, o por el cineasta Luis Ospina, quien a través de sus ficciones, documentales y archivos, ha ido gestando un gran relato de la historia del cine colombiano casi a la manera de Las Historias del cine de Jean-Luc Godard.

Y si como dicen, toda historia es también historia contemporánea, este creciente interés por crear una memoria sobre nuestro cine se percibe más como un momento de transformación. Por ello, y a pesar de cualquier objeción de rigor, resulta fascinante la expresión  “nuevo cine colombiano”, pues ella funciona como una declaración de principios sobre las nuevas generaciones.

En los últimos años ha aparecido una nueva camada de cineastas con óperas primas que emplean procedimientos cinematográficos modernos. Apocalipsur (Javier Mejía), El vuelco del cangrejo (Óscar Ruiz Navia), La sirga (William Vega), La sociedad del semáforo (Rubén Mendoza), La Playa D.C. (Juan Andrés Arango García), Corta (Felipe Guerrero) y Don Ca (Patricia Ayala), que son el verdadero manifiesto de una cinematografía que va adquiriendo una verdadera identidad.

Al ver estas películas queda la sensación de que algo está cambiando. Estos nuevos cineastas han aprendido algo, han visto algo, han escuchado algo y lo han revertido en un cine distinto, un cine que dialoga con la historia del cine, pero que no deja de lado nuestro imaginario. Las películas mencionadas, entre otras muy pocas, llevan como rasgo común un tenaz compromiso estético con el cine (lo cual implica un claro posicionamiento político frente a la representación), que si bien dan cuenta del conflicto social colombiano, no pretenden capturarlo en su totalidad. Por eso ellas no ofrecen respuestas ni soluciones, sino que se presentan como relatos elípticos e inacabados que encuentran su perfección formal en evidenciar su condición.

“El abrazo de la serpiente” es un caso aparte. Cinta que merece un profundo respeto (no por el coqueteo al Oscar de la Academia que es una jugarreta fantasiosa), sencillamente porque ese muchacho que la hizo (“La sombra del caminante” y “Los viajes del viento”), es un hombre honesto que sabe a ciencia cierta que con el espectador debe haber una comunicación sincera, madura, inteligente, propositiva y de respeto. Por eso llegó tan lejos. Espera más reconocimientos en muchas partes donde apenas está llegando.

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