Debo confesar que esa voz ronca que nunca se
apagará y que canta una cantidad enorme de canciones aparentemente tristes por
la melodía que las musicaliza, me sirve de compañía para enfrentarme a la soledad
de mi estudio, ahora que me dispongo a escribir sobre quien dejara profunda huella con esas
canciones sencillas que hablan del papel que juegan en el amor una foto de carné,
un clavel, una rosa, un canario, unas tirantas, un balón hecho con cinco medias
o unos enormes ojos azules.
También debo confesar que desde hace tiempo le he
seguido los pasos a este argentino que si bien se hizo continentalmente famoso
con su “Fuiste mía un verano”, me lo encontré en el cabezote de una lista de
créditos de una película que le llegó profundamente al alma a millones de
espectadores que vibraron con ella, cuando en los sesenta, el mismo Festival
de Cine de Cannes la subió al pódium de las vencedoras, vestida de un fortísimo
blanco y negro, en la que se contaba con mucha poesía, esa tierna, triste y valerosa “Crónica de un niño solo”.
Como muchos de sus seguidores, lo vi siempre como un
baladista ejemplar, culpable de muchos amoríos y tal vez, inspirador de muchas
historias que hasta se han contado en películas que nunca hemos visto; pero
culpable además, de una serie de cintas que han encabezado y que lo harán por
mucho tiempo, los listados de aquellas que los críticos y especialistas en nuestra
América Latina, consideran lo mejor de la filmografía social de nuestros
continentes.
No en vano sus canciones son historias vividas que describen
situaciones perfectamente guionizables y no en vano sus películas son historias
susceptibles de simplificarse en partituras de fácil apreciación musical.
Desde niño apostó a ser un artista destacado, lo presintió y
lo logró, pues tenía los atributos necesarios, tanto los físicos como
los intelectuales, y aunque no sabía si lo fuera a ser por la voz, por sus
canciones, por la forma como interpretaría el tango mismo (muchas de sus
canciones son tangos), por sus composiciones, por sus letras, por sus
historias para contar con imágenes o por la forma como vio el cine que hizo,
cumplió el sueño de chico y le dio gusto a su madre que lo parió casi que en un
escenario de teatro. Sus canciones se cantarán siempre y sus películas se
pasarán infinitamente en miles de salas en este planeta atiborrado de efectos
especiales, de tres D, de transformers y de monstruos que no dicen nada,
demostrando que su cine, y el cine verdadero, es el que se hace con el corazón
y Leonardo Favio lo tuvo descomunal.
En honor a su memoria, cantaremos sus propias e inolvidables palabras:
"La soledad
es un amigo que no está
es un amigo que no está
es tu palabra
que no ha de llegar igual
de que sus sueños
que no ha de llegar igual
de que sus sueños
son luces en torno a vos
y te das cuenta
que él ya nunca ha de morir
nunca ha de morir..."
y te das cuenta
que él ya nunca ha de morir
nunca ha de morir..."
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