Por: Germán A. Ossa E.
“SPLENDOR” (1988) es la primera de las
tres películas que rodó Massimo Troisi, bajo la dirección de Ettore Scola. En
ella se entremezclan las vivencias de tres personajes: el propietario de una
nostálgica sala de cine llamada “Splendor” (Don Marcelo Mastroainni), el
encargado de la proyección ( Massimo Troisi) y la taquillera y sensual (Marina
Vlady).
“Splendor” consiste esencialmente en los recuerdos de
los tres, provocados por la inminente
clausura del local. Pero, mientras los obreros están desmantelando todo, los
habitantes del pueblecito en el que se desarrolla la película, deciden unirse para evitar la desaparición de
“su” cine. El pueblo en cuestión es Sant’Arpino (en Ciociaria), elegido por
Scola, probablemente por su aura poética
y antigua.
La trama es ésa: el pequeño cine de provincia
que debe cerrarse por falta de
espectadores, pero Scola, con esta película, quiso hacer algo más: un HIMNO al
cine, ese cine que a pesar de todo, no morirá nunca. No era una idea nueva. Ya
otros la habían tenido: Fellini una vez
y Tornatore, otra.
El personaje de Troisi es interesante:
enamorado como un niño del cine, devorando, imagen tras imagen desde su cabina
de proyecciones, rodeado por rollos de películas y manuales sobre cine. Los
divos en pantalla aumentan los sueños e ilusiones de Luigi (Troisi), como de
todos los apasionados como nosotros, por el cine. Es un personaje soñador y
realista al mismo tiempo.
El propietario del Splendor
(Giordan/Mastroianni) era hijo del arte: su padre poseía un cinematógrafo
itinerante, y, de hecho, una de las escenas iniciales en blanco y negro, es la
de un público que, llevando sus propias sillas, se coloca delante de una
pantalla rudimentaria (y éste es el hermoso cartel de la película), para ver un
clásico: “METROPOLIS”, de Fritz Lang.
“Splendor” empieza con la escena de la clausura
del cine y cierra con la misma, con una revuelta de la gente que quiere seguir
teniendo a toda costa su teatro.
La película alterna el color para las imágenes
del presente y el blanco y negro para los recuerdos, ésta es una técnica
recurrente en Scola que ya la había mostrado en “Nos
amamos tanto” con Vittorio Gassman y Nino
Manfredi.
En la película hay una referencia constante
al mejor cine de autor; se respira un aire “felliniano”, un poco barroco y, en
la pantalla del cine ambulante, aparecen
imágenes de obras maestras, desde “La
dolce vita” hasta otras de Dino Risi y unas màs del
extraordinario Bergman.
El cine es en esta película nada más y nada
menos que un lugar mágico, misterioso y fascinante, donde la gente se encuentra
con la esperanza, y, a menudo, la promesa, de una vida mejor y distinta de la
cotidiana.
Cuando Luigi consigue su trabajo en la cabina
de proyección es un momento muy técnico e interesante: la demostración por
parte de su predecesor, de cómo remontar la película en caso de rotura, cómo
efectuar el montaje de ciertos trozos, parece la fase de “cortar” y “pegar” del
montaje de una película.
Desde el punto de vista de la iluminación, la
película tiene un vago sentido de oscuridad debido al hecho de estar rodada
casi completamente en interiores (en la nostálgica sala Splendor).
Giordan, a lo largo de la película hace una
serie de reflexiones sobre quién va al cine, por qué y qué busca. Éste es uno
de los mensajes de la película que hace comprender que Scola haya querido hacer
una reflexión sobre el cine y, quizás, sobre la vida.
Las películas que se han hecho sobre el cine,
hablan del temor que causa pensar en que el cine desaparecerá y de hecho, los
finales son siempre halagüeños.
“Splendor”, siendo tan nostálgica, no es la
excepción.
¡Qué bello homenaje!
Próximo miércoles, 9.octubre.2013, en la sala
alterna del Santiago, esa bella sala que no debe morir…..para el cine.
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