martes, febrero 26, 2013

Aniceto


Por: Germán A. Ossa E.

En 1966, el Maestro Leonardo Favio hizo una de sus más clásicas películas, “El romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más”, la que según los cineastas y cinéfilos argentinos, se encuentra catalogada como una de las más emblemáticas e importantes del cine de su país en toda su historia. La cinta está basada en un cuento escrito por su hermano Zuhair Jury, titulado “El Cenizo”, que no es otra cosa que una raza de gallo de pelea, centro motor de la historia y del romance que en ella se vive.

Muchos años después, el artista, el cantante, el cineasta, retoma la historia, el cuento, y la convierte en un musical, que desde su cansada edad, muestra al mundo con un resultado muy favorable de crítica y público.



Valiéndose de un par de extraordinarios bailarines, Hernán Piquín (El Aniceto) y Natalia Pelayo (La Francisca), y con unos decorados artificiales que hacen de fondo para el ballet y para el amor y para la historia, Favio hace un “remake” de su misma película, construyendo una obra original, a partir de otra también de gran originalidad, propia de los artistas genios. 
El Aniceto es dueño de un gallo de riña, el Blanquito, que es su orgullo y la envidia de los demás galleros. Los reñideros, el bar y el baile del pueblo son el eje en torno al cual gira su universo. 

Un atardecer conoce a la Francisca, una empleada de  ferretería. El Aniceto la seduce y, al poco tiempo, la lleva a vivir con él a la pieza que comparte con su gallo: un cuartito de adobes enclavado en un terreno desocupado. Con la llegada de la Francisca el ambiente árido de la pieza cambia. La comida a tiempo, el amor siempre a flor de piel, la tierna mansedumbre con que lo espera en esas largas noches en que el Aniceto se pierde por las galleras, lo van ganando. El Aniceto se siente bien con la Francisca. Hasta que irrumpe la Lucía. Desenfadada, sensual, con un brillo especial en la mirada en la que se adivina un sesgo sobrador. Es hermosa y lo sabe. El Aniceto se entrega. Nace así el triángulo amoroso que desencadenará en tragedia. 
 
Hacer la síntesis de una obra que me costó 4 años de insomnios es tan doloroso como seccionar un hijo. De todos modos, este sacrificio es de usos y costumbres y así lo entrego. Esta es la apretada síntesis de ANICETO”. 

No quiero terminar esta entrevista sin agradecer a Dios, que me entregó tres instrumentos maravillosos para poder concretar esta nueva obra: Hernán Piquín, como Aniceto, Alejandra Baldoni, como Lucía y Natalia Pelayo, como Francisca, son tres milagros. El nivel actoral que me entregaran estos artistas de singular sensibilidad no puedo atribuirlo a otra cosa que a una nueva caricia de Dios, que una vez más me demostró su amor. Doy gracias a Dios por Aniceto”, dijo Leonardo Favio. 

Leonardo Favio pasa en esta cinta de lo sencillo a lo maravilloso, entre el ballet y el cine, la pintura y la escultura (eso es la cinta si se ve sin escuchar sus diálogos). Demuestra por qué fue un creador como pocos, capaz de explorar  el lenguaje cinematográfico en todas sus posibilidades, armando con esta película una novísima concepción de obra de arte, difícil de encasillar en un género determinado.

Hermosa cinta que tuve la oportunidad de ver gracias a la generosidad de Omar ARdila, cinéfilo bogotano, quien descubriendo el respeto que le tuve toda la vida al autor de “Fuiste mía un Verano”, me la hizo llegar como regalo de navidad a finales del año pasado. ¡Y qué regalo!

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