Por: Germán A.
Ossa E.
El Cine Club Universitario, aquel que nació en las entrañas
de la Universidad Tecnológica de Pereira, el que se hizo famoso por sus extraordinarias
funciones los martes en el Comfamiliar de la quinta con veintiuna, no fue el
primer Cine Club que se conformara en nuestra ciudad.
Don Bartolomé de la Roche, el distinguido señor que acostumbra refugiarse en la cafetería Kalhúa que se inventara “Manolo” en la peatonal frente a la Biblioteca del Banco de la República (lo que queda) y que con un cigarrillo en la mano, un tinto aromoso sobre la mesa y la mirada sobre los diarios que al sitio llegan por obra y gracia del Espíritu Santo, nos relató en días pasados -con los detalles de las películas de ficción- cómo muchos años atrás había nacido el otro Cine Club Universitario.
Don Bartolomé de la Roche, el distinguido señor que acostumbra refugiarse en la cafetería Kalhúa que se inventara “Manolo” en la peatonal frente a la Biblioteca del Banco de la República (lo que queda) y que con un cigarrillo en la mano, un tinto aromoso sobre la mesa y la mirada sobre los diarios que al sitio llegan por obra y gracia del Espíritu Santo, nos relató en días pasados -con los detalles de las películas de ficción- cómo muchos años atrás había nacido el otro Cine Club Universitario.
Universidad Tecnológica de Pereira. (Tomada de http://blog.utp.edu.co) |
Ambos tuvieron su origen en la Tecnológica. El de don
Bartolomé, con la complicidad de unos geniales amigos suyos, como la dama Alba
Lucía Ángel (extraordinaria escritora pereirana, autora de “Estaba la pájara
pinta sentada en el verde limón” ); el Dr. Jorge Grisales Pérez; el Dr. Ricardo Mejía Isaza y su novia, la bella dama
Ivette Rahal y su hermano Arturo Rahal
Garios, (teatreros que hicieron varios montajes con Don Guillermo Arango
Santamaría, comerciante brillante que aportó mucho económicamente a las
picardías intelectuales del grupo); el ingeniero Gustavo Orozco; Alberto Ilián el otro ingeniero y algunos
pocos más, quienes compartían cierta amistad con Don Santiago Cabal,
propietario de unas grandes salas de cine de la comarca, consiguieron de él el
permiso para exhibir en uno de sus teatros (entre el Caldas y el “Karká”) la
extraordinaria película “La Dolce Vita”, del mago Federico Fellini, con las bellísimas Yvonne Furneaux y Anouk
Aimée y el galán de la época, Marcelo Mastroianni, quienes contaron con un
enorme éxito de público y la estrafalaria censura e inquisición del Obispo de
entonces, Baltasar Álvarez Restrepo, quien ordenó, de una parte, el cierre de la sala y de la otra, la clausura del Cine Club, obligándolo a seguir
actuando en una cuasi clandestinidad, por lo demás, mágica.
Luego, ya organizados de manera más seria y programática,
armaron con otros cineclubes de la región (Medellín y Palmira, Valle), la
Federación de Cine Clubes de Occidente y programaron ciclos serios de películas
(Uno con películas comunistas de Cuba) con las que afianzaron su
responsabilidad formadora de un público
cinéfilo en la localidad y llegaron a invitar al cineasta bogotano
Diego León Giraldo, con su película “Mente
Sana-Corpo Sano”, para consolidar a un grupo de amantes del cine que hasta se
animó para asistir a un Festival de Cine de Cartagena, en el que vieron la
extraordinaria cinta que el mismísimo Obispo Baltasar Álvarez Restrepo, no
hubiera querido que vieran: “EL Gatopardo”, de Don Luccino Visconti, cinta
vital que esconde obviamente una fuerza que no conviene a muchos…
Eran los hermosos años sesenta, los mismos de los Beatles, la
minifalda, los de sí al amor y no a la guerra, los del “Club del Clan”, los de
Jean Paul Sartre y el Che Guevara, los de Viet Nam sacando de sus tierras a los
“poderosos” gringos, los de la revolución y la rebeldía, los de los pantalones
con la bota campana, los del pelo largo, esos que ahora de verdad, añoramos!
Ese grupo de cinéfilos es, sencillamente, el culpable de que ahora seamos tantos, en
nuestro medio, los que amamos
entrañablemente el cine.
¡Gracias, Bartolomé de la Roche, por estas memorias!
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