(Publicado en: http://lintermede.com/cinema-marcos-loayza-portrait-realisateur-bolivien-pereira.php)
Marcos Loayza es
un director boliviano nacido en La Paz. Formado en la escuela San Antonio de
los Baños en Cuba, es el autor de varios
largometrajes premiados, entre los cuales Cuestión de Fe
(1995), que recibió el Premio Especial
del Jurado en el Festival de Biarritz.
Pereira.
Una pequeña ciudad de la zona cafetera colombiana, donde siempre hace calor,
mucho calor. Un calor sofocante que hace buscar con avidez cada patio plantado
de árboles, y vuelve preciosa la sombra climatizada de las habitaciones de
hotel.
Edith Girval en el Encuentro
Nacional de Críticos de Cine de Pereira
Los
participantes del XV Encuentro Nacional de Críticos de cine se reunieron en una antigua casa colonial,
transformada en café a la moda. El ambiente es alegre, la mayor parte de los
periodistas, críticos y cineastas se conocen desde hace años –se habla fuerte,
se ríe.
En
el centro de la mesa, solo un hombre se destaca por su silencio. Es Marcos
Loayza. Marcos es un cineasta boliviano. Debería ser la estrella de este
festival. Y sin embargo, controla tan bien el arte de huir de los periodistas
que se librará (casi) sin haber dado una entrevista. Si bien no habla mucho,
Marcos observa. Intensamente, con una extraña curiosidad, siempre alerta. Escucha,
observa, y a veces, a pesar de su aire tan discreto, estalla en una carcajada,
una risa de una franqueza desconcertante.
Marcos Loayza es un hombre de pocas
palabras, de pocos gestos. Hay en él una calma tranquila que parece empujarlo a
economizar cada palabra, a evitar todo lo superfluo, para solo guardar lo
realmente importante, lo realmente valioso, lo realmente sincero. En todo,
practica esta frugalidad reflexiva, esta sobriedad voluntaria –en sus amores de
cine como en sus amistades humanas: “Cuando uno está
aprendiendo el cine es más afín a elegir directores y maestros, y gente a quien
seguir, pero con el paso de los años y con el paso del tiempo y
después de ver muchas películas, uno se queda sólo con unas cuantas, unos
cuantos libros y unos cuantos discos, que tienen la capacidad de volver a
conmovernos por siempre. Que su relectura nos produce el mismo placer y la
misma sorpresa que nos causó la primera vez. No es que hay artistas que sean
más que otros, sino simplemente hay sensibilidades afines a las de uno. Uno se
queda apenas con unas cuantas poéticas, nada más. Como los amigos.”
Cuando uno le pregunta cuáles son sus ídolos, Marcos evita la pregunta y esta parece casi vulgar a quien la hizo. Termina confesando entre líneas una fascinación por los grandes comienzos y los finales gloriosos. Le gustan las primeras películas de Almodóvar, de Scorsese, o de Bernardo Bertolucci, porque son períodos donde estos artistas “tienen todo su ímpetu y que prefiguran en sus primeros trabajos, llenos de imperfecciones, el resto de toda su obra”. Pero también encuentra admirables las obras al contrario crepusculares –las últimas películas de Manuel de Oliveira o de Clint Eastwood, “que, por el contrario, a la madurez logran, lo mismo que Goya, hacer un arte desprejuiciado y en el buen sentido de la palabra hacen lo que les viene en gana; lo que yo llamo la lucidez tardía que debe ser la mejor manera de envejecer”.
Cuando uno le pregunta cuáles son sus ídolos, Marcos evita la pregunta y esta parece casi vulgar a quien la hizo. Termina confesando entre líneas una fascinación por los grandes comienzos y los finales gloriosos. Le gustan las primeras películas de Almodóvar, de Scorsese, o de Bernardo Bertolucci, porque son períodos donde estos artistas “tienen todo su ímpetu y que prefiguran en sus primeros trabajos, llenos de imperfecciones, el resto de toda su obra”. Pero también encuentra admirables las obras al contrario crepusculares –las últimas películas de Manuel de Oliveira o de Clint Eastwood, “que, por el contrario, a la madurez logran, lo mismo que Goya, hacer un arte desprejuiciado y en el buen sentido de la palabra hacen lo que les viene en gana; lo que yo llamo la lucidez tardía que debe ser la mejor manera de envejecer”.
Uno no sabe bien qué edad puede tener Marcos.
Conserva aún la risa y la mirada luminosa de un niño travieso. Un poco como el
personaje principal de su largo metraje Cuestión
de fe (1995): Domingo, un escultor de estatuillas religiosas que se embarca
en un extraño road-trip con una
gigantesca virgen atada a su camioneta, tiene, él también, a pesar de los años
y la gordura, un aire de chico malo que se hace castigar.
Marcos creció en Bolivia, “un país marcado por la pobreza y cierta tranquilidad, con la esperanza
intacta a pesar de tanto golpe recibido; crecer ahí da una cierta frustración
pero mucha fortaleza, es muy difícil, en esas circunstancias, no poder ver los
resortes de lo humano, que es la materia prima del arte”. Tal vez es también
esto que le da tanta paciencia. Marcos parece escribir sus guiones “al revés”:
en vez de cebar una historia un poco flaca o coja, él prefiere proceder por
eliminación. Es de un lento proceso de selección, de maduración, que nacen sus
historias: “Tardo mucho
en escribir, desecho varias historias, dejo que maduren, y el tiempo y la
memoria decanten cada historia, o la desechen definitivamente; tengo varios
bosquejos y elijo, después de tiempo, uno y de ahí lo pienso mucho, todos los
días, muchos días.” Algunos meses más tarde, una vez el guión escrito, y
corregido pacientemente, el trabajo de adelgazamiento vuelve a empezar: Marcos, que nunca ha hecho una película de más de 90 minutos, “elimina
muchas cosas” durante esta fase de relectura final, para guardar sino lo
esencial –que tendrá que “reposar” antes de estar listo para “darle vida”
durante el rodaje. Pero
también es la paciencia de hacer películas a pesar de las dificultades
financieras. Sin infraestructura, ni subvención, en un país que no tiene los
medios para hacer del cine una prioridad, uno no se vuelve cineasta por ánimo
de lucro. Es más bien una lucha cotidiana: hace ya ocho meses que Marcos busca
reunir el 10% del presupuesto que le falta para terminar su última película, Las Bellas durmientes[1].
Uno entiende así que él quiera dar a conocer
“historias que valgan la pena ser contadas, porque no todas las historias
merecen hacer la tremenda inversión y de más de un año de trabajo.”
El rodaje mismo es como un placer lujoso, que
nada debe arruinar: Marcos escoge con cuidado cada uno de sus colaboradores,
siempre prefiriendo la “gente que me cae y le caigo bien” a quienes, aún
rebosantes de talento, estarían por
desgracia privados de cualidades humanas. Todo es una cuestión de afinidades
electivas, hasta para los personajes de sus películas: “Cuando uno hace un
guión tienen que, de alguna manera convivir con los personajes que intervienen
en la historia que se está escribiendo, entonces por eso es que prefiero tener
en casa por meses gente agradable y simpática, sobre todo empática; y no tener
de alojado y convivir con un sicópata, un tirano egocéntrico, o un proxeneta, o
una persona detestable, por eso prefiero trabajar con personajes más
entrañables, más cercanos, cotidianos.”
Sin lugar a dudas, Marcos Loayza es él mismo uno
de esos personajes con quien uno tiene ganas de pasar el tiempo, y que uno
estaría feliz de tener como invitado el tiempo de una película –o de una
aventura exótica, en el calor sofocante de las palmeras colombianas.
En el último día de ese maravilloso Encuentro
Nacional de Críticos de Cine de Pereira, llegado el momento de las
despedidas, en una pequeña tienda de patacones
de un Centro Comercial Moderno, donde se intercambiaban de nuevo las risas,
los e-mails, y las promesas de escribirse, Marcos no estaba allí. Había
desaparecido discretamente, antes de que el telón se levantara para los abrazos.
No nos dijimos adiós, y estuvo muy bien así.
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