Por: Germán A. Ossa E.
Amsterdam, primera mitad del siglo XVII. En la sociedad patricia que habita la ciudad, despunta un artista por encima
de todos, Rembrandt Harmensz van Rijn.
Sin embargo, la luz de su estrella
empezará a disminuir de intensidad con la muerte de su idolatrada y
adinerada mujer, Saskia.
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Alexander Korda, uno de los hermanos que
más han hecho por la realización cinematográfica en Europa (exceptuando,
lógicamente, a los Lumière), se embarcó, junto con el flemático Charles
Laughton, en la apasionante vida del genial pintor holandés, contemporáneo de
Vermeer. Korda, cuya predilección por los
personajes históricos se ratifica con anteriores producciones como "La
vida privada de Helena de Troya" (1927), o "La vida privada de
Enrique VIII" (1933) (en la que la interpretación del monarca por Laughton
fue premiada con un Oscar), concluye con una sobria, pero a la vez completa
puesta en escena, del tan autorretratado pintor.
La aportación de Laughton, en este caso,
es extraordinaria, no ya sólo por su capacidad dramática, sino también por el asombroso parecido físico del actor inglés con el propio y enigmático
pintor Rembrandt.
El planteamiento de Korda, a partir de un
guión de Carl Zuckmayer, se centra en la vida más emocional de Rembrandt, dando
unas mínimas pinceladas de los episodios más notables de quien fue hijo de un
molinero de Leyden, todo ello con una recreación muy fidedigna del paisaje
holandés, merced a unos extraordinarios decorados (trabajo de otro Korda, Vincent).
No habría de echarse en falta una
perspectiva más artística en la película ya que, como suele ser habitual en
todo creador, la parte afectiva de Rembrandt influyó sobremanera en su técnica
pictórica. Conociendo la primera, se deduce la segunda. En este sentido, el único cuadro que se le
permite apreciar al espectador es "La ronda de noche", en el que el
cambio de su estilo, consecuencia de la muerte de Saskia, hace que sus
admiradores le empiecen a dar la espalda.
La química que pudiera brotar de "Rembrandt"
habría que achacarla a la intervención de Elsa Lanchester en su papel de
Hendrickje Stoffels, quien venía de dejar su impronta para la posteridad en su
papel de "La novia de Frankenstein" (1935) de James Whale. No en vano, una de las mejores secuencias
hay que encontrarla en el segundo, definitivo y romántico posado de la
excomulgada Hendrickje para su queridísimo Rembrandt.
Cinta que todo amante del buen cine, de la
mejor de las pinturas y de las grandes biografías debe ver y en lo posible, más
de una vez.
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