lunes, abril 18, 2016

Siembra.



Por: Germán A. Ossa E., Geross.
 
La vimos en el pasado Festival de Cine de Cartagena. La aplaudimos. Celebramos que sus directores subieran al escenario a recibir el abrazo afectivo de los asistentes que llenamos el hermoso Teatro Pedro de Heredia (TAM como le dicen ahora). Aplaudimos la sencillez de los muchos actores que sin ser profesionales, con una profunda humildad, se llevaron para sus casas nuestro enorme agradecimiento por regalarnos una puesta en escena sincera, enorme, bella, sublime, tierna, poética, encantadora y sobretodo, humana. 

La nobleza, la honestidad y la humildad de Turco (Diego Balanta), tanto en la película como en la vida real, hizo que su figura y persona, la de la cinta y la de la vida real, se quedaran en nuestra memoria para siempre.


La película es una ópera prima de Ángela Osorio y Santiago Lozano, otros cineastas que han nacido en las entrañas del Valle del Cauca.  Narra la historia de un campesino, quien vive en la ciudad atrapado por un sentimiento de desarraigo mientras su hijo vislumbra en la urbe un futuro posible. La ilusión del padre por regresar, se rompe con la muerte del hijo. Turco, el campesino, se ve confrontado por el dolor y la impotencia ante ese cuerpo inerte que se ha convertido en un obstáculo más para volver a su tierra. 

En su palmarés, el filme cuenta con: el Gran Premio Coup De Coeur, máximo galardón de la Competencia Oficial Ficción, del Festival CINÉLATINO - XXVIII Rencontres de Toulouse; el Premio Especial del Jurado de la Competencia de Cine Colombiano, entregado en el pasado Festival de Cine de Cartagena; el Premio a Mejor Ópera Prima en la 15ª edición del REC Festival Internacional de Cine de Tarragona, España 2015, y el 'Bocallino' de la Crítica Independiente a Mejor Dirección en la edición 68 del Festival de Locarno, Suiza 2015.

Es una cinta en un hermoso blanco y negro que brilla con una luz afectiva y emotiva que penetra por los poros de los espectadores que con el paso del tiempo se compenetran en la historia que moja la lluvia y el polvo que ensucia los techos de las viviendas humildes. Los amores son reales y la alegría que se desprende de entre los personajes que nada tienen de manera material, se experimenta en la mirada de esos ojos grandes y transparentes de esos habitantes que solo disparan palabras sinceras y la rabia y el dolor de los marginados y la ira por el desprecio de la sociedad de consumo que todo lo destruye se evade, por culpa de esas ganas de vencer a la muerte por parte de ese puñado de seres humildes que tienen el corazón más grande del mundo.

Una película que no se hizo con millones de dólares. Se hizo con el alma, que vale más que
nada.

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