Por: Germán A. Ossa E., Geross.

Franky es
una chica distinta a todas las que viven y respiran juventud en ese colegio de
secundaria, ya que es una robot. Tiene la apariencia de una adolescente de 17
años, pero en realidad es un proyecto secreto hecho por Sofía (interpretada por
Paula Barreto), una científica a la que Franky llama o considera como su mamá.
Aunque el cerebro de Franky opera como una supercomputadora de última
tecnología, con acceso ilimitado a Internet y una gran memoria de
almacenamiento, eso no le basta para pasar por una bella sardina humana que no
sabe qué son los sentimientos, ni para qué sirven, que no entiende los chistes
ni los apuntes con doble sentido. Y por supuesto, que no es capaz de tener ninguna
emoción.

Qué bueno
que en la televisión hay un producto distinto, que cuenta una historia exótica,
atractiva, pegajosa, antojadora y diferente a esas otras cursis que rememoran
biografías de personajes que nada tienen que ver con nuestra historia, con aquella
que vale la pena.
No me
despego todos los días, a las siete de la noche, en el canal Nickelodeon, de
esa cajita mágica que se llama televisor. Y me alegra hacerlo, porque desde que apareció «Yo soy Franky» no se
ha vuelto a hablar en mi casa de tantas malas noticias que los dos canales grandes que hay
en nuestro país no se cansan de mostrar de manera desaforada.
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